
jueves, 30 de septiembre de 2010
domingo, 12 de septiembre de 2010
Tú, flecha...

Hiendes el pensamiento en todo rumbo flecha rauda,
Hiendes obstinada el infinito cien veces,
Hiendes el tiempo, la flor que surca, la brisa, el calor.
Hiendes el instante, las sombras, ¡los mismos ojos!,
Hiendes la voz.
Hiendes la calma, el cansancio,
Hiendes el ánimo, la risa, la espera, la luz,
Hiendes el camino, el destino, cien veces el infinito flecha rauda,
Hiendes el dolor y no duele.
Hiendes el paso de la vida, la distancia, hiendes y todo hieres; sin piedad,
Hiendes el anhelo y de todo lo que hiendes y vences flecha rauda,
A mí me hiendes.
miércoles, 4 de agosto de 2010
Decubriendo el ocaso
martes, 3 de agosto de 2010
jueves, 29 de julio de 2010
miércoles, 16 de junio de 2010
A contratiempo
Palurdo pajarraco, cada mañana lo mismo, paulatino el sol va ganando terreno a las sombras y solamente tú reclamas el sueño, hasta que la luz del día te derrota, hasta que el reloj idiota enreda tu gorjeo con el ruido de la ciudad indecente. Tomo el periódico y observo la primera plana…
-Siete pesos.
Pago y el vendedor me observa mientras leo…
-¿Qué le vas a decir a tus hijos cuando te pregunten? – Me dice señalando mi tatuaje en el hombro.
-¿Qué les dices tú cuando ellos te preguntan de esto? – Respondo exhibiéndole la imagen principal del periódico, un par de autos destrozados por las balas, una multitud de federales encapuchados, un cuerpo cubierto por una manta mugrienta y una acera sanguinolenta. Se calla, confundido, se va, y en la calle, en su cúmulo de contrastantes formas, espero.
Un anciano toma asiento junto a mí, dentro de este orbe dispar, en la anchura de lo peculiar, donde las contradicciones son calco de lo cotidiano. Un reloj viejo en su muñeca, sucio, salpicado de pintura, su mano manchada por las lunas de la edad empuña el pasamano del camión. ¡A qué te aferras tan obstinado, tú, viejo! Pienso mientras afuera se disipa, fugaz, el mundo, y se disipa la mirada del viejo en el piso carcomido, en el autobús perdido entre el caserío olvidado, de esta ciudad olvidada, de este país que se consume.
Se hunde la luz una vez más, y la ciudad emana torpemente su destello, en este orbe dispar, en la anchura de lo peculiar, donde las contradicciones dan lo mismo… pues es cotidiano.
-Siete pesos.
Pago y el vendedor me observa mientras leo…
-¿Qué le vas a decir a tus hijos cuando te pregunten? – Me dice señalando mi tatuaje en el hombro.
-¿Qué les dices tú cuando ellos te preguntan de esto? – Respondo exhibiéndole la imagen principal del periódico, un par de autos destrozados por las balas, una multitud de federales encapuchados, un cuerpo cubierto por una manta mugrienta y una acera sanguinolenta. Se calla, confundido, se va, y en la calle, en su cúmulo de contrastantes formas, espero.
Un anciano toma asiento junto a mí, dentro de este orbe dispar, en la anchura de lo peculiar, donde las contradicciones son calco de lo cotidiano. Un reloj viejo en su muñeca, sucio, salpicado de pintura, su mano manchada por las lunas de la edad empuña el pasamano del camión. ¡A qué te aferras tan obstinado, tú, viejo! Pienso mientras afuera se disipa, fugaz, el mundo, y se disipa la mirada del viejo en el piso carcomido, en el autobús perdido entre el caserío olvidado, de esta ciudad olvidada, de este país que se consume.
Se hunde la luz una vez más, y la ciudad emana torpemente su destello, en este orbe dispar, en la anchura de lo peculiar, donde las contradicciones dan lo mismo… pues es cotidiano.
jueves, 27 de mayo de 2010
Fotografía
Claro del cielo imperecedero
murrio me guardo tu afonía
Fariseo sonriso, regalo del mar
murrio me guardo tu silencio
Canto y vestigio de nuestra ternura,
recuerdo
Estrella de sal en mis labios trepidante,
áureo cordel del arpa solar, te concedo un lugar
Timo del tiempo, te concedo un lugar
crueldad de la vida, te concedo un lugar
Manos de luz que alivia
Tierno y distante sueño que se enerva con el tiempo...
melancólico me guardo tu silencio
sábado, 22 de mayo de 2010
Samsara

Que persista la alborada
que persistan la noche y el céfiro en el piélago
que se queden todos
ya el paladar y la vista se nublarán de arena
ya me cobijarán confusas el alba y las sombras
¡hállense las flores en su morada!
agostarse sobre lo marchito es inane... ya no las veo
quiero abandonarme en cada grano de arena
¡qué es el tiempo sino la esfera que lo transforma todo!
¡qué es el hombre salvo peldaños que llevan a la nada!
arriba las aves se esfuman entre nubes
en su plumaje llevan mis palabras
las nubes; quimeras
las aves; mis sueños
la roca de la orilla; el hombre ante el olvido
jueves, 20 de mayo de 2010
Luna

No quiere el cielo por parecer de lapislázuli
ni de ultramar anécdotas ni perlas aunque es curiosa,
No quiere de los astros sus secretos
ni de la luna anónima promesas,
Tampoco quiere melodías en el viento
quizás del agua del vado, de sus náyades, lamentos;
mas nó caricias en sus pies del lecho ceniciento.
No quiere
ni la soledad ni el silencio de los montes viejos;
pero tampoco la muerte
ni la lucidez del nacimiento,
la quiere a ella.
miércoles, 19 de mayo de 2010
martes, 18 de mayo de 2010
Campamocha
Me inquietó, fueron segundos de sentirse como ante la madre con esa maldita mirada de que se ha obrado mal. Si algunos animales parecen ocultar en sus miradas –cual si se tratase de personas- ignoro qué sentimientos o pensamientos, he advertido en sus ojos una especie de prisión, personas atrapadas en esos cuerpos, personas que piden por medio de una mirada de desgracia que se les mate, se les aplaste, yo que sé; pero el insecto estaba allí, aferrándose con todas sus patas a la protección de la ventana del bar –por donde suelo sentarme para escupir hacia la calle cuando el cigarro me provoca nausea-
La nausea, el insecto y yo, enfrascados en el rincón de una cantina, tiré el cigarro por la ventana y escupí al animal que, aunque acerté -¿y cómo saber si el pinche animal te mira o no, si te lanzará su veneno o no, si te saltará a la cara o no? Estaba ebrio, y tuve miedo- no se movió ni me quitó la mirada de encima. Con el pretexto de mi cerveza vacía caminé hacia la barra del bar ahora con los ojos lacrimosos, los labios y el rostro helados por la baba que en gran parte se estancaba en mi barba, en el trayecto se me arqueaban las piernas y se me congelaban, inútiles, las manos. Sólo unos segundos y las lágrimas lo habían transformado todo, yo deambulaba borracho en un palacio de luces, gemas y espejos; pero era el efecto de las lágrimas y fue casi imposible controlar las extremidades, así que volví a la ventana, a mi banco en el rincón, donde el insecto en la ventana tratando de hipnotizarme a como diera lugar, tratando de hacerme entender su pinche enigma que, por encontrarme ebrio, no descifré.
Lo que pasó fue que lo volví a escupir, y como no se iba lo aplasté con un periódico enrollado que estaba sobre la mesa contigua. El mesero me dijo: ¡No mames cabrón mataste una esperanza! –una mantis, le dije- ¡qué te hacía la pinche campamocha!
La nausea, el insecto y yo, enfrascados en el rincón de una cantina, tiré el cigarro por la ventana y escupí al animal que, aunque acerté -¿y cómo saber si el pinche animal te mira o no, si te lanzará su veneno o no, si te saltará a la cara o no? Estaba ebrio, y tuve miedo- no se movió ni me quitó la mirada de encima. Con el pretexto de mi cerveza vacía caminé hacia la barra del bar ahora con los ojos lacrimosos, los labios y el rostro helados por la baba que en gran parte se estancaba en mi barba, en el trayecto se me arqueaban las piernas y se me congelaban, inútiles, las manos. Sólo unos segundos y las lágrimas lo habían transformado todo, yo deambulaba borracho en un palacio de luces, gemas y espejos; pero era el efecto de las lágrimas y fue casi imposible controlar las extremidades, así que volví a la ventana, a mi banco en el rincón, donde el insecto en la ventana tratando de hipnotizarme a como diera lugar, tratando de hacerme entender su pinche enigma que, por encontrarme ebrio, no descifré.
Lo que pasó fue que lo volví a escupir, y como no se iba lo aplasté con un periódico enrollado que estaba sobre la mesa contigua. El mesero me dijo: ¡No mames cabrón mataste una esperanza! –una mantis, le dije- ¡qué te hacía la pinche campamocha!
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